viernes, 9 de noviembre de 2012

PERDER ES GANAR



Cuando era un niño, nos llevaron a toda la clase a las pistas de atletismo. Al Ilustre Profesor de Gimnásia  tuvo la genial idea de inculcarnos el valor olímpico, ya fuera de temporada. Se hicieron pruebas de salto de longitud, lanzamiento de pelota, salto de altura y 100 metros lisos. Poco se podía esperar de nosotros, escuálidos y sin vigor ateniense para lo físico, salvo una admirada minoria de chicos pre-púberes que eran más duchos en eso de darle al músculo que al coco.
Mientras el goteo alfabético te mantenía a salvo del ridículo más espantoso, podías disimular tu pocas aptitudes atléticas. Esto no era dar patadas a un balón, era arrimarse a la linde física de la extenuación, un ponerse a prueba y ver que lejos estás de lo que se entiende "estar en plena forma". Me consolaba que había gente peor que yo, un chico gordito y la mayoría de las niñas, dejando claro que esta demostración de habilidades no les interesaban en absoluto.

Para los 100 metros aligeraron la clase. Correríamos de dos en dos por orden de lista. a mi me tocó con David Suárez. Con ese nombre os podéis imaginar como era. Guapo, extrovertido, buen flequillo, a mitad de la escalera donde se alcanza la hombría.
Llegó "el momento crítico". Nos pusimos hombro con hombro cada uno en su linea. Sonó el silbato y una explosión de sangre y adrenalina se abrió paso a través de mis arterias humorales como un potro de rabia y miel. Todo a mi alrededor temblaba al mismo ritmo que mis zancadas, lo veía todo como una foto borrosa. Pensé:
-Ostras! A lo mejor gano...-
Nada más lejos de la realidad. El tal David Suárez hizo honor a su fama y sacándome seis cuerpos, llegó a la meta sonriendo. Yo en cambio casi me muero del esfuerzo...

De todo eso aprendí algo.